Bubisher CONTÁGIAME

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Ya quisiera yo, dice el camello, que tener una biblioteca para poder contagiarme, para tener a mi alcance la sabiduría de los que fueron, de los que son; el conocimiento de otros desiertos y de los vergeles, de los oasis que solo puedo soñar y de los arroyos que corren por otros paisajes, del pensamiento libre que pudiera llevar a todos los camellos a las estrellas, de todos los chistes de camellos, de todas las tiernas historias de amor, de todos los quijotes que a lomos de caballo o de camello persiguieran quimeras e imaginaran castillos en los corrales y gigantes en las antenas.
Pues ya ves, le contestaríamos nosotros. En estos tiempos en los que lo que contagia es un virus, pero en los que también se contagia el odio, la mentira, la difamación, la tontería, muchas bibliotecas de nuestro primer mundo tienen que luchar contra la enfermedad de la mezquindad, para poder volver a abrir las puertas, y muchos bibliotecarios tienen que inventar nuevas formas de contagio, porque el virus ha servido y sirve de excusa para cortar el hilo de la cultura, ese hilo invisible que forma la malla resistente que contiene la marea de la ignorancia. Nosotros, que ya hemos dicho que no a una crisis financiera, y a esta nueva crisis que combina enfermedad con pobreza, para resistir, e incluso para crecer. Y claro que sí, también querríamos bibliotecas para camellos y acacias, para toda la memoria de todos los seres vivos, para que la cultura no sea secuestrada por unos pocos y esté al alcance de todos, para extender nuestros dedos y tocar los de otros que hacen lo mismo en las carreteras y caminos de Trás os Montes, de la selva colombiana, del desierto de Atacama o los mil lagos de Chiloé. Somos miles y miles los que sonreímos al cabo de cada jornada, porque hemos llegado a diez niños, cien jóvenes, mil adultos y jubilados que han tenido en su mano un libro, y nos han dicho: Contágiame, contamíname.



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