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Hay árboles genealógicos para las familias, y también para las ideas. Pero no lo hay para los aleteos. Lo reivindicamos.
Érase una vez, hace mucho, mucho tiempo, un Bubisher que volaba sintiéndose huérfano. Sabía de otros bibliobuses heroicos, de biblioburros, de bibliomochilas en las selvas amazónicas. Pero a esa genealogía le faltaba carne, el tierno impulso de la sonrisa. El Bubisher lo encontró en León, gracias a Roberto Soto, que tuvo a bien invitar a los locos del desierto a un congreso de Bibliobuses Ibéricos.
Y allí estaba él. Nuno. Tímido y arrollador al mismo tiempo. Nos explicó a todos que empezó con su pequeña furgoneta, en las carreteras y caminos de los pueblos y aldeas de Trás os Montes, en el Portugal profundo. Que allí nadie se interesaba por la lectura, que él llegaba pregonando su carga de libros desde el altavoz, sin demasiado eco. Que descubrió que las mujeres preferían revistas de modas y cocina, y se las llevó. Que los hombres preferían revistas de coches, fútbol y mecánica, y se las llevó. Que después inventó dejarles las revistas… y un libro. Que no lo leyeran si no querían, que ya lo recogería. Pero los empezaron a leer. Y la Renault Traffic y Nuno se convirtieron en imprescindible para los invisibles habitantes de Proença-a-Nova, que hasta gestionaban sus recetas e impuestos con su ayuda. Pero que, sobre todo, se asomaron a este mundo complejo a través de aquellos libros.
El Bubi visitó Proença, abrazó a Nuno como padrino. Ahí entendimos mejor aún su lema: Resistir, insistir, nunca desistir. Lo hicimos nuestro. Y como prueba de que el aleteo provoca una tormenta en un lejano desierto, le regalamos un turbante saharaui. Que nunca ha dejado de llevar. No seríamos lo mismo sin su vida, sin su entrega, sin su garra. La vida da zarpazos, vaya que los da. Hagamos de los zarpazos abrazos.
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