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A veces el mundo se detiene en el tiempo y en el espacio, pero no nos damos cuenta. Por ejemplo, cuando un niño ciego acaricia una flor. En ese instante la mano y la flor son el centro del universo. O cuando un hombre trabaja en el pequeño jardín de la biblioteca de Dajla. O cuando un pequeño de Bojador mima con agua a su moringa. O cuando la bibliotecaria de Ausserd enseña con orgullo la cosecha de flores amarillas. Pequeñísimos instantes que sin embargo son eternos. Para que puedan conocer el ciclo sin fin de la naturaleza, de la vida.
Porque hoy comienza la primavera en el hemisferio norte, pero los niños de los campamentos del Sáhara no tenían dónde ver su nacimiento. Por eso hay jardines en las cuatro bibliotecas del Bubisher. Para todo eso.
Esos niños que sostienen flores de papel y ramas de talja son en su mayoría sordos o ciegos de una modesta escuela para niños y niñas con discapacidad de Smara, cerca de la biblioteca. Y hasta allí se han ido las bibliotecarias, para convocar también con ellos el milagro de las flores.
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